lunes, 6 de diciembre de 2010

Poema de dos piedras en un río (o sobre quien jamás se mueve ante una piedra preciosa)

Convengamos en primer término, que breves letras

conmoción y tragedia llevan,

mas río de aguas frías aprietan en su corriente

toda carne, pensamiento, pasión y vida.


Ay, dijere en este canto sobre tu dulzura,

cuanta maravilla que acaricia y baña en frescura.

Gotas. Salpican de tus manos pueriles

y caen en la mustia roca.


Aguas puras y espurias, límpidas y turbias,

¿No hay algo que sea distinto a dicha dualidad?

Fuere como el amor: tan inestable vaivén

donde pétalos de rosas caen y se pierden en el fluir.


Líneas más encantadoras, frágil mirada

leve cegadora. Tomare del rocío cada alba un beso

mientras caminas cerca de mí o bien te bañas tierna

protegiendo pétalos en la mustia roca.


No hay mayor mirada, ni ojos siniestros

que se oculten en las aguas, mas, son los propios ojos

los que se reflejan y gozan del propio cuerpo

como lengua que busca placer en el mismo ser.


¡Mi triste rigidez que me impidiere moverme y acariciar tu flor!

¿Es mi pobre desdicha de naturaleza muerta así padecer?


Caminas nuevamente, conozco cada paso que das

me enamoro de tu silueta, sonrisas y encantos.

Fugacidad. Todo se mueve

sin temer a las arenas del tiempo.

Piedra soy, soñando ser roca

y al no ser, potencio mi desgracia

bebiendo de las lágrimas de mi propio río.


La roca acoge en su grandeza a quien yo observo bajo el agua

pierdo mis sentidos en un caudal por su efigie que jamás se acercará a la piedra.

Pequeña. Desencantada. Sueña con su piedra preciosa.

Mas, la carne le aleja del río y las tinieblas de mi refugio.

¿y quién posee la mayor culpa: la naturaleza que me dio tal estado

o mi propio silencio que sentencia todo hado?

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