domingo, 26 de diciembre de 2010

La pequeña de los bosques

Una pequeña niña se escondía de sí misma bajo la sombra de un árbol. Su soledad hacía marchitar la frescura y belleza del bosque, era una enfermedad que destruía a la misma naturaleza. Ella tan sólo deseaba desaparecer.

El joven que la cuida.

No se conocían, pero desde el principio él sabía que tenía que protegerla. El joven había perdido a todos los suyos tras la destrucción de las últimas guerras, pero aún así no cedió a la muerte. Sus pasos dieron a las verdosas espesuras donde la encontró arrinconada bajo los pies de un gran árbol de copa desbordante. La pequeña estaba sentada, cabeza gacha y entre sus rodillas. Su respiro era leve acorde a la serenidad del bosque que le rodeaba. El joven se aproximó hacia ella, la pequeña no se inmutó al sentir los pasos. Observaba perdida la infinita oscuridad que envolvía sus ojos. El joven le habló, pero sólo obtuvo como respuesta una brisa del viento y silencio. Se sentó cerca, a dos o tres pasos de distancia y observó en dirección al cielo donde las nubes se movían lentamente. Bajó su mirada y contempló a la pequeña que se mantenía estoica en las sombras del árbol. Desde ese momento, supo que no podía abandonarla.

Una pequeña niña.

Pasaron días y días, el joven no descuidó en ningún momento a la pequeña niña, le abrigaba, traía agua, dejaba alimentos que recogía en el interior de las espesuras y mantenía fuego encendido ante el desolador frío que invadía en las noches. La niña no se movía. El joven jamás desistió y siempre estuvo a su lado.

El encantamiento.

La guerra había causado terribles estragos en el mundo, no sólo destruyó a naciones y sociedades, sino que arrasó con la existencia de la naturaleza. Ésta no podía huir, no podía alejarse del mal causado por otros, tenía que enfrentar a este monstruo enviado por el hombre. La naturaleza dio a luz a los hijos de su destrucción y la pequeña niña pagaba los costos del desastre.

[Abre los ojos]

¿Esa voz?


La niña pareció despertar de un largo sueño. No sabía cuanto tiempo había transcurrido ni que ocurría exactamente, sólo vio a un viejo que yacía cerca suyo cubierto de setas y bellas flores. No respiraba, no se movía, era parte también de esa tierra. La pequeña niña se aproximó al viejo y se recostó junto a él, le observó detenidamente y besó sus labios. Un hechizo se había roto, tal como el joven había hecho con la pequeña encantada, de lo cual emanaron mil brotes en busca del agua y la luz, elevando a los amantes al cielo infinito. Toda enfermedad, oscuridad y sombra desvaneció en el silencio. El bosque respiraba y volvía a descansar en su origen.


¿El fin

de la guerra?


La guerra jamás culminó, de hecho, nunca comenzó en esa realidad que dan por tangible. La niña, la destrucción y el encantamiento sólo fueron parte de una maquinación supra-natural creada bajo las sombras de un árbol. Lo maravilloso del sueño de un bosque.

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