domingo, 26 de diciembre de 2010

El engaño del Universo (o el problema de la Verdad)

En alguna parte del universo se encontraba la verdad. Quizás esa fue una de las primeras convicciones que construí en el momento que la razón me permitió definir ciertos conceptos y claves en la existencia. Aún así, no supe cuando un torbellino revolvió estos pensamientos y los confundió en su totalidad. Ese fue el inicio del caos. Pero tengamos en consideración; no era necesariamente un caos lúgubre y destructivo –al menos no como se podía percibir en primera instancia-, sino que por el contrario, en el caos se podía hallar aquello que algunos definen como el origen, el cosmos o el comienzo de una verdad, o mejor dicho, el brote de una realidad en medio de un río que fluye hacia una cascada sin fondo. Esa verdad, esa realidad, no siempre me resultaba ajena. Más de alguna vez logré comprenderla, sentir en una milésima de segundo la ataraxia suprema o entender el por qué amábamos cuando en realidad sólo queríamos evitar la triste soledad para completar un vacío. En el fondo, la verdad no es más que aquel reflejo de lo que deseamos ver en el espejo de la realidad. La verdad no es el origen, sino lo que nosotros determinamos como comienzo. Aquel inicio, que fue agua, fuego o aire, incluso también una cruz o medialuna o cualquier forma de comprensión del cosmos –todo es válido en la verdad de nuestro conocimiento- no fue sino una posibilidad de aproximarnos a la realidad que vemos y tocamos, e incluso, que pensamos, proyectamos o soñamos. El universo se mostró así, como una verdad en sombras. En realidad, era su naturaleza; oculta, furtiva, huidiza, misteriosa e intrigante. Para algunos no es más que un bosque de símbolos donde se halla el sentido de la totalidad; para otros es sólo una idea que se concentra en nuestro interior. Pero aquello son meras especulaciones, quizás ambas posturas no son más que expresiones mías de lo que he pensado al respecto, o bien, ingeniosas ideas que intento demostrar como verdades de la realidad. El universo nos ha engañado. Sutilmente. En su corazón esconde lo que nosotros estamos buscando, ¿pero dónde encontrar el corazón del vasto universo? Esa pregunta, por muy tentativa que sea, no puedo contestarla. Quizás en otro tiempo de sueños pretéritos podría haber dado con certeza en esa búsqueda, pero ya no. La mentira ha contaminado mis sentidos y pensamientos. Agradezco la extraña benevolencia de la existencia que aún se acuerda de sus hijos y nos permite dudar; sin duda alguna, es el legado más hermoso que nos ha dejado, cuestionar toda posibilidad de lo existente. Ninguna historia podría construirse sin aquel elemento: la duda. De hecho, deseo llegar más lejos, la duda, como aquel paso de suspensión, nos genera indeterminación e incertidumbre, la más macabra inseguridad, lo cual sería como moverse en un espacio sin certezas. Por mucho que algunos lo cuestionen, la vida es eso, duda; un viaje donde intentamos recuperar aquella verdad que se ha escapado de nuestras manos. Tal ser que se desplaza, partícula ínfima del universo, nos da cuenta de su ansiado sueño, aquel hermoso anhelo de reencontrarse a sí mismo y comprender la última verdad. Tal como un homo viator, el hombre busca encontrar ese sentido; de la duda se remonta al origen y del origen a la aventura; su azaroso camino está dado por la búsqueda de su propio centro, el reencuentro con la verdad primigenia, ya no la última, sino la primera del universo. Una verdad que incluso oculta, se burla de nosotros, en esta u otra dimensión del tiempo, pues nadie puede negar que su engaño ha sido perfecto, creando el laberinto cíclico que retorna una y otra vez a la misma duda, y que no tiene nueva respuesta más que el velo socrático del desconocimiento.

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